NUEVA ENTREGA: EL DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA TE INVITA A LEER

Nuevamente el departamento de Filosofía nos recomienda una lectura. Esta vez «La soledad del cansancio», de Byung Chul Han.

Poco más de cien páginas, en Herder y muy barato, 8 euros escasos. Byung Chul nació en Corea en 1959, pero desde muy joven vive en Alemania, donde estudió filosofía y se dio a conocer con este libro que invitamos a ojear.
Piensa y escribe, dice él, en alemán. Se siente, en su acida lucidez, alemán y europeo. La Globalización es la aldea global, el mercado global, los derechos globales, la cultura global… la globalización significa, sin embargo, una igualdad y transparencia mortales y arrolladoras.
Una sobreabundancia de lo idéntico, un exceso de nitidez y positividad. Sin la negatividad (lo extraño que nos enfrenta y nos hace crecer y transformarnos) no es posible la vida ni la verdadera individualidad. El “uno mismo” verdadero sólo surge frente al “otro” diferente, que es entonces el extraño y el hermano que trastorna tu estéril egoísmo.
La globalización nos ha llevado, dice Byung Chul, a una Sociedad del Cansancio, a una sociedad histéricamente agotada, habitada por máquinas consumistas y sobrerrevolucionadas cuyo fin será el hedonismo más básico y la derrota psicológica. No en vano las nuevas patologías psíquicas están en continuo aumento; déficit de atención con hiperactividad, trastorno límite de la personalidad, síndrome de desgaste ocupacional, depresión, etc.
Vivimos en una cultura del Rendimiento sin fin. Nadie nos obliga (somos sagrados ciudadanos) pero nos enseñan desde la cuna a autoexigimos hasta la extenuación. Creemos realizarnos como personas desfondando el alma a golpe de calificaciones escolares, objetivos empresariales, consumo y letras por pagar. Y estamos demasiado sobrealimentados, ciegos y anémicos para querer hacer nada.
Por encima de los dioses y las utopías políticas (todo esto casposas cosas del pasado) sólo existe el individuo que desea triunfar (al menos evitar el imperdonable fracaso)… sobre y bajo el vacío aterrador del azar de existir (porque nada más hay que esta vida que segundo a segundo se va pasando). Somos demasiado efímeros y quebradizos para llevar a cabo sin explotar el prometeico proyecto que nos mueve. El triunfante yo ideal que cada cual sueña para sí mismo (y lo de menos es en qué consista esa vida soñada) nos convierte en fracasados y depresivos. Somos víctimas y verdugos de nosotros mismos.
Añoramos sin saberlo la negatividad, la alteridad; la duda, el misterio, el aburrimiento, la vacilación, la rabia, el miedo, la tristeza… si queremos retomar alguna vez una alegría y autenticidad ya olvidadas. Deseamos, sin saberlo, una distancia y un enfrentarnos real con las cosas y con los demás. Porque necesitamos (sin saberlo) trascender y no sólo prolongar la monotonía existente. Queremos un cansancio que nos rinda y abra al mundo y al prójimo, y no el egoísta cansancio que nos encierra más y más en nuestro pobre yo desquiciado y huraño.
Necesitamos saber ver y saber pensar las cosas; dejarlas que sean ellas quienes se no acerquen y enamoren hasta rendir nuestra (auto)competitiva (auto)crueldad.
El mundo digital, del que tan ufanos estamos, es el más pobre en alteridad y negatividad, el que más nos encierra en nuestro pequeño cerebro y corazón, cada vez más secos y “quemados” (la expresión es de Byung Han). Somos máquinas (pronto, cuánticas) de rendimiento autistas e irritadas.
Incapaces de salir de sí mismos, pero hartos y cansados de pelear consigo mismos, al individuo no le quedan fuerzas ni ilusión para nada más que el eterno castigo de vivir para nada.
Consumir un poco más que el vecino, y odiarlo en la medida justa para sentirme algo, es cuanto nos podemos permitir. El botox, el gimnasio, viajar a lugares exóticos (sentirnos turistas muy especiales), no fumar… son los grandísimos retos que cada año nos proponemos.

No es posible ninguna revolución. Nosotros, consumistas mediocres y adocenados, no nos sentimos reprimidos sino seducidos. Somos demasiado dependientes; no queremos cambiar el sistema sino disfrutarlo. Estamos demasiado cansados y quemados para ninguna revolución.
Además, dice Byung Chul Han, cualquier otro sistema es en el fondo también capitalista… ¿Qué no está basado en el intercambio beneficioso? Así somos. ¿Hay salida? Difícil se ve. Nuestra cultura global nos permite sentirnos y proclamarnos como queramos, pues en el fondo todos vamos a seguir produciendo y consumiendo hasta reventar;
reaccionarios, románticos, revolucionarios, ateos o creyentes, de este color o del otro, a ninguno se les distingue en lo que hacen día a día, todos somos intercambiables. Somos honradamente hipócritas, y da igual lo que quieras creer de ti mismo… ¡eres incapaz de demostrarlo! Solo somos capaces de un poquito (pero muy poquito e ineficaz) de envidia (al vecino) y de abstracto resentimiento. Adormecemos así nuestra mala conciencia.
Quizá, sólo quizá (y para poner una nota de color en esta reseña) decir que ha habido y hay otras culturas y sociedades distintas a la global… que ha habido, hay y habrá individuos realmente diferentes… que existen libros que trastocan y que existe la poesía… ¿queremos, deseamos, aprender de su ejemplo? ¿estamos dispuestos a perder tanto por tan poca cosa como ser un poco más libres y estar menos vacíos?

Otros libros (también muy asequibles) recomendables de este autor son “Capitalismo y pulsión de muerte” (2019) y “No Cosas” (2021).